El Italiano, o el confesionario de los penitentes negros by Ann Radcliffe

El Italiano, o el confesionario de los penitentes negros by Ann Radcliffe

autor:Ann Radcliffe [Radcliffe, Ann]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1797-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO 7

¡Invoca al Espíritu del océano, ordena

Que mueva un temporal! Surgen las olas,

Crecen y espumean; corren sus blancas crestas

sobre las aguas oscuras, un fragor

poderoso se oye. Envuelto en una noche

de nubes, medita el Terror sus males.

Su figura se dibuja y se diluye

como la sombra de la Muerte al hundirse

en la negrura del sepulcro. Y medita

En solitario silencio. ¡Salen sus espíritus

A cumplir sus mandatos! ¿Oís ese alarido?

¡Los ecos de la costa lo repiten!

En cuanto a Ellena, después de sacarla de la capilla de San Sebastiano la subieron a un caballo que tenían preparado; y escoltada por los dos hombres que la habían detenido, emprendió un viaje que continuó dos días y dos noches sin apenas interrupciones. No tenía medio de averiguar adónde la llevaban, e iba atenta, esperando inútilmente oír cascos de caballo y la voz de Vivaldi que, según le habían dicho, tenía el mismo destino.

Raramente pasaban viajeros que rompiesen el silencio de estas regiones, así que durante la primera etapa del viaje sólo se cruzaron con algún que otro vendedor que acudía a algún mercado cercano o, de cuando en cuando, con vendimiadores y labriegos de los campos de olivos; y llegaron a las vastas llanuras de Apulia, todavía sin saber ella dónde se encontraba. Un campamento, no de soldados, sino de pastores que llevaban sus rebaños a las montañas de los Abruzos, animaba una pequeña extensión de estas llanuras, asombradas al norte y al este por la cordillera del Gargano que se extiende de los Apeninos al Adriático.

El aspecto de estos pastores era casi tan brutal y feroz como el de los hombres que la conducían; pero sus caramillos y tamboriles y demás instrumentos pastores, difundiendo sus dulces sones por la región desierta, hablaban de sentimientos más civilizados. Los guardianes descansaron y se refrescaron con leche de cabra, tortas de cebada y almendras; en cuanto a la acogida de estos pastores, igual que la que habían recibido de los de la montaña, fue más hospitalaria de lo que hacía prever su aspecto.

Una vez que abandonaron el campamento de estos pastores Ellena estuvo sin ver vestigio ninguno de morada humana durante varias leguas, a no ser, aquí y allá, las torres de algún castillo en ruinas, encaramadas en las abruptas laderas a las que se acercaban y medio ocultas por los árboles. Se avecinaba la noche del segundo día cuando los guardianes llegaron a la linde del bosque que, mucho más atrás, había visto Ellena que se extendía por las numerosas estribaciones del Gargano. Se adentraron por un sendero, no podía llamarse camino, entre robles y castaños gigantescos, seguramente centenarios, cuyas ramas profusamente entrelazadas formaban un dosel que apenas dejaba ver el cielo. La oscuridad que proyectaban alrededor y las matas de cisto, enebro y lentisco que crecían a su sombra daban al paraje un aspecto salvaje y sobrecogedor.

Al coronar una loma donde clareaban más los árboles, Ellena descubrió que el bosque se extendía en todas direcciones, cubriendo montes y valles, y descendía hacia el Adriático que limitaba el territorio frente a ellos.



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